Haciendo un
recuento de las cosas que tengo, me doy cuenta que muchas no son de gran
valor. Tengo muchas heridas del pasado,
que me detienen en el presente. Tengo equipaje
de mas que no me deja avanzar. Tengo armas
de guerra que no me funcionan. Tengo experiencias
vividas que han marcado mi vida en forma negativa. Tengo pocos deseos de pelear y pocas fuerzas
para intentar. Tengo un pasado que
quisiera cambiar. Tengo necesidades
urgentes de amor y afecto. Tengo sueños
y metas que no he podido realizar. Tengo
aspiraciones, sentimientos y deseos guardados que no se qué hacer con
ellos. Tengo miedos y temores que quiero
vencer. Tengo también deseos de un nuevo
comienzo, quiero que todo cambie, quiero que las cosas sean diferentes. He tomado la decisión de soltar las cosas inútiles
guardadas. Deposito mis armas y
argumentos ante los pies del Dios grande que sabrá equiparme con nuevas
estrategias de batalla. Le entrego las
riendas de mi vida, de mi corazón y de mi alma, a la cruz del calvario y a
pedirle a Jesús que le dé un nuevo rumbo a mi existencia. Me canse de luchar, de pelear y de intentar
sin obtener los resultados deseados. Me
rindo, ya no peleo más. Dejare que Dios
lo haga por mí. Le cedo a El mi voluntad
y a decirle: Mi Señor, te entrego mis momentos, mis decisiones, mi camino, mi
presente y mi futuro. Aunque no pueda
cambiar el pasado, dame un nuevo presente.
Hoy tiro la raya, se acabo lo que se daba. Ahora reinas y controlas tú.
HOY TE DIGO que
si llevas tiempo peleando solo, y no logras ganar tus batallas, siente que no
te quedan fuerzas, que tus estrategias no funcionan, que no quieres pelear
mas. Es la hora de entregar las riendas
de tu vida a un Dios maravilloso que está deseoso que te rindas a sus pies para
empezar una gran obra en ti. No luches
mas por lo que no vale, por lo que no tiene sentido, por lo que no te lleva a ningún
lado. Dile a tu Dios que de hoy en
adelante, entregas el volante de tu vida a El para que te guie, te dirija y te
lleve a la victoria que tanto has deseado.
Hoy ríndete a El. Veras la paz
que inundara tu vida. Sabrás que todo en
la mano de Dios prospera. Ese será el
final de tu batalla, como dice en Isaías 62:3: “El SEÑOR te sostendrá en su
mano para que todos te vean, como una corona espléndida en la mano
de Dios”.
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