miércoles, 24 de agosto de 2011

UN INVENCIBLE GLADIADOR


En la antigua Roma se le llamaba gladiador  a quien batallaba con otro con una espada en los juegos públicos.  Existían diferentes gladiadores clasificados según su habilidad en el combate y tenían  varias escuelas para adiestrarlos.  Entre los más conocidos estaban:  los samnitas que usaban un gran escudo y un casco con visera; los murmillos usaban un casco con bordes amplios y una cresta alta como un pez, un escudo  y una espada corta; los tracios que usaban un pequeño escudo rectangular y una espada corta y curva que usaban para atacar por la espalda.   Se tocaba un cuerno para dar inicio el día del combate  y los gladiadores comenzaban la lucha, y al llegar el momento del triunfo, el ganador le preguntaba al público si debía matar al vencido, que este ya había levantado la mano pidiendo clemencia.  La vida nos enseña a ser gladiadores.  Tenemos armas diferentes para combatir.  Unos son más diestros y su fin siempre es ganar la batalla.  Hemos sido creados para  ser gladiadores, para pelear, luchar, vencer y derrotar al enemigo.  En 2 Timoteo 1:7 dice: “Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio”.  Con estos dones saca a pasear el gladiador que hay en ti.  Tienes valentía para enfrentarte al enemigo más temeroso y derrotarlo.  Dios te ha dado el poder para vencer ante cualquier circunstancia.  También el amor para expresar a tu prójimo, pero sobre todo el dominio propio para establecer tus límites y no excederte en tus comportamiento.  Enfréntate a tu enemigo en un combate de gladiadores, que con la armadura de Dios podrás vencer al más temible enemigo.
 
HOY TE DIGO que Dios nos hizo los mejores gladiadores.  Depositó en ti un espíritu de lucha, un incansable deseo de lograr tus metas, un genuino interés por la vida, un amor inmenso hacia los demás, un poder para resolver cualquier situación, y dominio propio para no excedernos en hacer lo malo.  Si somos sus gladiadores, pelearemos pero seremos misericordioso con los demás, lucharemos pero no seremos mezquinos, venceremos pero tendremos piedad y al final del combate, aunque seamos los vencederos sabremos transmitir el amor de Dios a toda alma que necesite de su cuidado.  Hoy soy un invencible gladiador porque Dios depositó en mi la armadura necesaria para enfrentar a mi peor enemigo y derrotarlo.

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