El verano es el momento en que se producen muchas tormentas. Lo ocasionan dos o más masas de aire con diferentes temperaturas. Este contraste desata una inestabilidad caracterizada por lluvias, fuertes vientos, relámpagos, truenos, nieves y granizos. Se define como tormenta a aquella nube capaz de producir un trueno audible. De fuerzas opuestas puede crear vientos y resultar en la formación de nubes de tormenta. Cuando se alcanza la tensión de ruptura del aire es el momento en el que se genera el rayo que da origen a los relámpagos y truenos. Según los vientos sostenidos se cataloga entre tormenta, huracán o ciclón. Aunque su duración es de varias horas, los fuertes vientos hacen que parezca larga su duración y destruye todo lo que encuentre a su paso. Así también nos sucede en la vida. De fuerzas opuestas se producen estos vientos, estas buscando de Dios y de momento el enemigo de tu vida lanza un viento contrario y se genera el rayo del problema que quiere destruir nuestra existencia. Sus fuertes vientos amenazan nuestra estabilidad y nuestra paz. Y aunque es corta su duración nos parece que el problema no se quiere ir y que no vamos a poder aguantar todo la destrucción a su paso. Pero de repente, cesan esos vientos y hacemos un inventario de los pedazos que nos quedaron y pensamos que no hay manera de reconstruir nada con esos restos nuestros. Llega entonces la sabiduría divina, la tranquilidad que Dios nos da y la fortaleza para levantarnos nuevamente. Empieza la reconstrucción de nuestras vidas y un día nos damos cuenta, que gracias a la tormenta que un día nos destrozó, es que pudimos reconstruir la vida hermosa que ahora tenemos. Y para nuestra sorpresa, hasta nos sentimos raros, porque casi ni recordamos como era nuestra vida de entonces.

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